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Actualmente es difícil que los recursos no lleguen al último rincón del planeta colonizado, pero si uno es consecuente y decide vivir con lo que tiene a mano en ese rincón del planeta, las cosas cambian y los objetos se convierten en algo precioso que hay que valorar y cuidar.

Carlos Risco, músico y periodista gallego, descendiente del escritor Vicente Risco, decidió habitar lo imprescindible y morar en el silencio mineral, así dejó Madrid para vivir un año en una caravana en medio de la provincia de Ávila, donde sintió la necesidad de volver al origen, irse para poder volver. Compró una casa en una aldea despoblada de la provincia de Ourense, muy cerca de sus ancestros, respetando lo que el entorno y la misma casa le ofrecieron, y prestando mucha atención a los objetos cotidianos, compañeros de faena.

Una bicicleta, una cafetera, un reloj, un tintero, un piano, tazas y cacillos, libretas y ungüentos... una colección a la que podemos sumar el propio libro que la contiene, bellamente ilustrado por la artista Iria Cortizo.

En una época de consumo inmediato y desechos rápidos, estos cien retratos de objetos aparentemente inanimados, heredados, encontrados o bien comprados, cargados de sentido, de historia familiar, ya sea propia o ajena, permiten imaginar qué manos se posaron en cada uno de ellos y dotarlos del ánima que merecen por acompañar cada momento de los días fugaces que nos desgastan y ayudarnos a imaginar o recordar esas huellas que fueron vidas.