¿Qué sucede cuando tienes 25 años, estudias Criminología (último año) y accedes a tu primer empleo (en negro) como becario en prácticas en una agencia de seguridad, con la única condición de no aceptar caso alguno y, encima, pasarte el tiempo de tu trabajo creando una web a partir del copia-y-pega para atraer potenciales futuros clientes, haciéndote pasar por periodista (¿
fake news?) y todo esto en medio del sopor estival barcelonés, porque, además, estás solo en la oficina? Puedes morir en el intento, la verdad. Pero también puedes desobedecer el precepto patronil y aceptar un caso que te deparará una desaparición, no tan involuntaria, de una mujer, y las sospechas del marido, los bajos fondos de la
jet set barcelonesa, negocios sucios inmobiliarios, amistades traicionadas, triángulos amorosos, la
new way of life de la «gente guapa», así como el descubrimiento de pistas en sitios tan insospechados como… ¡una fiesta en un piso de estudiantes! Eso encontramos, con el trasfondo de la crítica a la Barcelona de hoy, en
No cerramos en agosto, ópera prima del periodista Eduard Palomares.
La novela negra tiene un nuevo héroe, y se llama Jordi Viassolo.