«…estos recuerdos tan bellos, que tanto han tardado en venirme a la memoria, tienen algo que me abruma». La escritura de Hervé Guibert, en su sencillez, no prescinde jamás —pese a encontrarse a caballo entre la ficción y la no-ficción— de un fuerte trasfondo biográfico. Estos
usos amorosos que publica ahora Cabaret Voltaire del autor, fotógrafo y cineasta francés nos conducen al encuentro de un relato muy concreto: las relaciones que se producen en el seno de una familia siempre constituyen la fotografía de una intimidad entrecortada. El lenguaje empleado para la descripción de lo cotidiano es casi pornográfico y, a medida que avanza el texto, el lector descubre, como si se tratase de una suerte de secreto compartido, que el tiempo de los niños es un espacio copado por la identidad de los adultos. A este respecto, resulta imprescindible aprender ciertas cosas, trazar algunas líneas o dibujar fronteras que poder atravesar después; enarbolar mitos, crear imaginarios propios, no impuestos, y desacralizar ídolos antiguos. Recordar así el mar, las vacaciones en el mar, pero también a Terence Stamp, Louis de Funès o al mismo Fellini. Desempolvar aquellas máscaras que hablan de nosotros.