En una calurosa jornada de mayo, en la sala de espera del aeropuerto de Sharm el-Sheikh, el ingeniero sesentón Ivo Brandani, sudoroso y desilusionado, recuerda lo que deseó ser, lo que perdió, lo que dejó a medias, lo que al fin resultó. Mientras espera la salida de su avión, con el que regresa a Roma, va emergiendo a borbotones su trayectoria vital. Una vida en la que las grandes expectativas quedaron contaminadas por la ansiedad y el conformismo. Una desdeñosa rabia invade hora tras hora sus recuerdos, pero también pone en solfa la decadencia política, la hipocresía social, el zafarrancho urbanístico que le han acompañado. Muchas piezas hacen brotar este monólogo (que salta libremente de la primera a la tercera persona): el impacto que le causa la técnica de construcción de un majestuoso puente, la fascinación con la que navega en un elegante velero o la acertada imagen de la realidad que reconoce en un bidé abandonado. Con estos y otros muchos elementos se remonta a los descubrimientos de la infancia, las incertidumbres de la juventud y la resignación de la madurez. Como metáfora de todo ello, su actual ocupación: supervisar el proyecto secreto de reconstrucción con materiales sintéticos de un arrecife de coral. Metáfora de una vida aniquilada en tiempos de paz.
Con un chorro imparable de lenguaje, el narrador va excavando los sedimentos de la memoria, dejando al descubierto los fósiles de su percepción, los sustratos que le ilusionaron, los mitos de los que se alimentó; un dragar la conciencia individual que empapa también una época entera.