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«Supongo que veo la vida entera y de verdad, exactamente como es. Y la única respuesta sana, normal, es la que tengo, esta desesperación» (pág. 75). Así se podría resumir la personalidad del veterano del Vietnam Alex Cutter. ¿Que la guerra le ha dejado cojo y tuerto y con mil heridas que no supuran? No pasa nada; siempre queda el alcohol y esa forma tan suya de autodestruirse. 

Cutter tiene como compañero de fatigas a Rich Bone, un guaperas que se deja querer por amas de casa en la costa de Santa Barbara. Bone decidió en su momento no esforzarse mucho en nada, ¿para qué, si todo puede cambiar a peor? ¿Le sirvió de algo tener una familia y un buen trabajo? A la extraña pareja se les suma Mo, sufrida compañera de Cutter y su hijo pequeño. ¿No es una bonita estampa familiar? Tres adultos que apenas consiguen sobrevivir y un ser inocente que juega con botellas de cerveza vacías.

La rutina de borracheras, broncas, de no saber de dónde sacar el dinero para comprar algo de comida parece que va a cambiar. Una noche Bone ve a alguien que arroja una bolsa grande de basura en un contenedor. Él no se implica, pero después lee que el cadáver de una chica ha sido encontrado en las afueras de la ciudad. A su vez, el empresario J.J. Wolfe denuncia que alguien ha quemado su coche cerca de la escena del crimen. Curioso, ¿no?

Como el náufrago que se agarra al último salvavidas, Cutter decide que tienen que extorsionar al ejecutivo. Bone no lo tiene muy claro, pero se deja llevar por su amigo. Los dos se enfrascan en un viaje sin retorno mientras dejan por el camino a personas que les quieren y adoptan a extrañas compañeras de viaje. 

Newton Thornburg forma parte de un grupo de creadores que mostraron la realidad que queda después de haber pasado por una guerra como la de Vietnam. Precisamente en estos días ha fallecido el autor de Despachos de guerra y guionista de La chaqueta metálica y Apocalypse Now, Michael Herr. R.I.P.