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Ressenya
Simon Hanselmann
Melancolía
Per Blog de La Central
18.11.2016

Tras el éxito inesperado de sus primeras entregas, muchos quisieron ver la serie de Hanselmann como una flor de un día que, a estas alturas –y considerando su estructura rígida y constante, tanto en la composición de página como en el mecanismo argumental detrás de cada historia–, caería en la repetición. Para oprobio de sus críticos y alegría de los lectores podemos comprobar que, lejos de ese agotamiento, Hanselmann continúa perfeccionando su estilo (tanto en el plano artístico como en el guión) y ha alcanzado un dominio de la narración y de sus personajes que hacen que la serie mejore con cada entrega y se reafirme como el cómic independiente de largo recorrido más importante de nuestro tiempo.
Esta condición le ha valido numerosas comparaciones con Odio, de Peter Bagge, tanto por lo que dicha serie supuso para el cómic de los noventa, como por su representación del Zeitgeist juvenil y de unas costumbres, una música y unas drogas determinadas. Además del retrato de las (no tan distintas) formas de apatía de la generación vacía, ambas series comparten el creciente carisma de sus protagonistas y un humor incontestable; sin embargo, Hanselmann aporta una sensibilidad y una ternura que –aunque en una lectura superficial pueden pasar inadvertidas frente a las despiadadas humillaciones que sufre Búho, las barrabasadas de Werewolf Jones o el perpetuo espesor de Megg y Mogg– suponen la clave y el verdadero acierto de su obra.
Y es que, más allá de la diversión, el propio Hanselmann reconoce que esto trata de la tristeza y los intentos de salir de ella, lo que en Melancolía resulta más evidente que nunca. Uno de sus mayores méritos es su brutal honestidad; sin duda –y pese a las brujas, los hombres lobo y los animales antropomorfos– estamos ante una obra autobiográfica y catártica. Hanselmann, hijo de lo que solemos etiquetar como «familia disfuncional» (padre ausente, madre yonqui), compara su infancia en Tasmania con el Gummo de Harmony Korine y habla de un ocio reducido a la droga y la televisión. Sus personajes viven en una constante huida hacia adelante, e ilustran a la perfección lo que el filósofo Mark Fisher –en su ensayo Realismo capitalista (Caja Negra, 2016)– denomina estado de depresión hedónica. Si Deleuze y Guattari ya argumentaron que la locura no es una categoría natural sino política, trastornos cada vez más comunes como la depresión y la ansiedad se revelan como la enfermedad congénita del capitalismo posfordista en el que vivimos. Megg, Mogg, Búho y Werewolf Jones se aferran, cada uno a su manera, a la irrealidad como única alternativa ante la terrible normalidad de lo Real, que en Melancolía es retratada brillantemente y sin compasión en un par de historias en las que Hanselmann está más afilado que nunca.
Todo esto podría hacer pensar que estamos ante una obra pesimista y de difícil digestión. Ahí reside, quizá, la mejor demostración del talento del autor: Hanselmann es capaz de tratar estos temas con inteligencia y delicadeza a la vez que nos mantiene en una permanente carcajada, por negra que sea, y aquí alcanza nuevas cimas a nivel humorístico (hay que destacar la entrada en la serie de esos robaescenas natos que son los hijos de Werewolf Jones). Por otro lado, aunque quizá esta entrega sea la más amarga hasta ahora, vemos cierta esperanza de cambio para Megg y los demás: el propio Hanselmann es la prueba de que alcanzar la felicidad es posible.
Jorge Arias