Conchita


Conchita

A través de un fragmentario conjunto de fotografías, recuerdos e intuiciones, Rodrigo
Hernández reconstruye en Conchita la historia de su abuela materna, nacida en el País
Vasco, a la que la Guerra Civil llevó de muy niña a México, apartándola de su familia y
de un origen al que jamás volvió. A través de un juego de espejos invertidos, teje una
biografía escindida y el paisaje común transitado por abuela y nieto, que, como en un
sueño que quisiéramos atrapar, se dibuja y desdibuja a golpe de memoria.
El artista comienza en el callejero de Durango («El nacimiento de
Conchita aparece ligado al número 25 de la calle de Barría en
Durango, provincia de Vizcaya. El año es poco claro si se
comparan todos sus documentos, cada uno dotado de alguna
incongruencia con respecto al resto, quizás 1932, el 30 de
noviembre o el primero de diciembre. Nadie sabe a ciencia cierta»)
y termina visitando a su abuela en la residencia donde pasa sus
últimos años: «Recuerdo que en alguna ocasión entramos a su
cuarto y nos sentamos juntos al borde de su cama. Sacaba una
cajita con fotos, cartas y pequeños recuerdos que mirábamos
mientras ella los describía uno a uno. No sabía entonces —ni sé
ahora tampoco— qué pasaba realmente en el corazón de mi
abuela, qué o quién era lo primero que aparecía en su mente
cuando despertaba en esa habitación pequeñita, en ese edificio
lleno de personas solitarias. Me preguntaba qué la hacía o la había
hecho feliz durante su vida, cuál era su idea del amor. A quién
recordaba. Qué provocaba ese recuerdo en el presente».