Kino Delirio. En presencia de una imagen

Kino Delirio. En presencia de una imagen
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Recuerdo cuando hablabas por mi boca. La única manera de escribir era hacerlo en
compañía. Tú, yo y alguno más éramos nosotros. Nunca supe con seguridad cuántos. Los
suficientes para convertir cada texto en un manifiesto. Cómo olvidar aquellas tardes en
presencia de una imagen. Siempre encontrábamos razones para prenderle fuego al molino.
Alumbrábamos con una antorcha buscando una imagen. Indeterminada, mística, ideal. Una
imagen excelente, una imagen que fuera todas las imágenes. Enfrentarnos a la imagen, a su
materia, al residuo de su realidad determinada, nos producía pavor. Por eso corríamos a
sacrificarla, por eso prendíamos fuego al molino. Ella, el monstruo, el estigma, la imagen.
Absolverla arruinaba la diversión. En el molino platónico de las imágenes debía regir el nosotros. Diógenes se habría burlado veinticinco siglos atrás. Nietzsche, cambiando Atenas por la ciudad de la vaca de muchos colores, hace menos de dos. Pero el nosotros estaba justificado. Tenía fe en su existencia, hasta el punto de encubrirla con la ciencia. Hicimos caso a los versos del poeta, buscamos evidencias de lo oscura, cambiamos sus hojas por el mundo. Vinimos a este libro con ojos, lo abandonamos sin ellos.
Absolverla arruinaba la diversión. En el molino platónico de las imágenes debía regir el nosotros. Diógenes se habría burlado veinticinco siglos atrás. Nietzsche, cambiando Atenas por la ciudad de la vaca de muchos colores, hace menos de dos. Pero el nosotros estaba justificado. Tenía fe en su existencia, hasta el punto de encubrirla con la ciencia. Hicimos caso a los versos del poeta, buscamos evidencias de lo oscura, cambiamos sus hojas por el mundo. Vinimos a este libro con ojos, lo abandonamos sin ellos.