Les nostres recomanacions i propostes

Misterios tiene dos lecturas. Por una parte, nos encontramos con el testimonio de un hombre atormentado que no consigue encajar en sociedad, cuyo comportamiento nos anticipa al sujeto kafkiano de las novelas psicológicas del siglo XX. Por otra, encontramos una segunda interpretación que nos puede generar cierto pavor. En la línea de otras novelas como Hambre o Victoria, hay un rastro autobiográfico que es imposible pasar desapercibido: Nagel, el protagonista, es un misántropo incapaz de socializar y relacionarse con quienes le acompañan, y aún a pesar de ello, sus convicciones reaccionarias son inamovibles, firmes con independencia de su aprobación. Paralelamente, en estas convicciones se reflejan gran parte de la personalidad de Hamsun: Nagel es abiertamente conservador, un hombre ligado a las costumbres del mar (visto con el mismo valor telúrico que en la Europa occidental se ha construido sobre la tierra) que no duda en criticar abiertamente su odio a la burguesía, a la élite intelectual e incluso, a las mujeres.
Hay algo paradójico en la lectura de Misterios que provoca un efecto singular en el lector, pues por una parte nos alejamos de la ideología latente en cada uno de los monólogos de Nagel (y en ellos entendemos más de lo que quisiéramos el componente biográfico del autor) pero, por otra parte, algo nos ata a su discurso. Cuanto más conocemos a Nagel, más histriónico nos parece, pero más complicado es alejarnos del magnetismo que desprende. Y es aquí donde entra en juego la habilidad de Hamsun para que a través de la concatenación de las distintas historias se mantenga la tensión narrativa desde el principio hasta el final de la novela. Estos dos aspectos son los que convierten a Misterios en una novela tremendamente interesante; ya que mientras nos enseña los primeros coletazos de la deriva fascista del noruego, por otra parte, nos muestra su tremenda habilidad a la hora de concatenar distintos mundos posibles.