Les nostres recomanacions i propostes

Si nos ponemos ante la expresión La montaña mágica, de buenas a primeras nos viene a la cabeza la obra de Thomas Mann, pero os recomiendo que penséis también en las palabras literales de su título montaña y mágica. Aquí está la cuestión: cómo naturaleza y literatura se infiltran en el devenir humano, un devenir que no hay manera de que se libre de su condición de enfermizo.

Con imágenes sorprendentes, entre bebidas placenteras, muertos encima de la mesa, corazones esperanzados, muñecos grotescos, pulmones llenos de bacilos e historias cuchicheadas, las empusas (espíritus femeninos que cambian de forma para interferir en la vida de los hombres) van tejiendo su advertencia: la realidad está desenfocada.
Merodeamos con Wojnicz por las montañas, los cerros, los bosques que abundan alrededor del sanatorio, que son tan o más importantes que los hombres que allí residen. Es un paisaje recluido que acompaña al protagonista con esta sensación de aislamiento y extrañeza.

Hechos verificables entrelazados con la furia imaginativa, la diversidad de voces que conforman la narración, la manera de jugar con el lenguaje, los aspectos a menudo inquietantes de los cuentos de hadas, hacen crecer –tanto en el lector como en el protagonista– una percepción borrosa de malestar, algo no va bien, no se puede seguir ignorando aquello que causa problemas. Y es que quizás el mundo razonable no lo es tanto, quizás es ilógico o resulta que es inexplicable. No, simplemente no nos dejan o no queremos verlo todo.