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Música y pintura son dos medios de expresión muy diferentes que transitan por canales sensoriales distintos: el oído y la vista. La dimensión que ocupan cada una de ellas tampoco es la misma: para conocer una composición es imprescindible el factor tiempo, se necesita escucharla de principio a fin, mientras que la contemplación de una pintura puede contenerse visualmente en un instante siendo el espacio su componente más importante.
 
A pesar de las diferencias han sido muchos los artistas que han reflexionado acerca de las relaciones y correspondencias entre estas artes. La búsqueda de analogías entre ellas se hace especialmente evidente en el siglo XX. Un ejemplo de ello es el paralelismo entre Stravinski y Picasso, la similitud de las trayectorias de Schönberg y Kandinsky y las sorprendentes afinidades entre Webern y Mondrian quienes ni siquiera se conocían.
 
Paul Klee no se asocia a ningún compositor concreto pero es uno de los pioneros en trasladar el lenguaje de la música a la pintura. Educado como violinista profesional la influencia de la música se plasma de forma indiscutible en sus obras y muchas de ellas son una transcripción visual de la escritura musical. Casi se podrían interpretar como partituras gráficas. Tanto en sus cuadros como en sus apuntes teóricos la música está siempre presente.
 
Pierre Boulez, compositor y autor de este breve ensayo, afirma que “hasta que conocí a Klee sólo razonaba como músico, lo cual no siempre es el mejor modo de ver con claridad. Su punto de vista me ha permitido entender lo que, basándome únicamente en el conocimiento musical sólo habría podido ver de manera imperfecta”. Mas que un análisis sobre el trabajo de Paul Klee nos encontramos ante un texto autobiográfico en el que Pierre Boulez, influenciado por las lecciones del artista, reflexiona sobre su propio pensamiento y trayectoria.